|
Jueves, 14 de agosto, 2008. Segou – Djenne. Viernes 15 de agosto, 2008. Djenne – Mopti – falla de Bandiagara. |
Primero salimos de los pantanos hasta Sevare, doce kilómetros. Luego nos alejamos de ellos en perpendicular durante unos sesenta kilómetros de buena carretera asfaltada nueva y recta por un terreno llano muy verde. Se veían palmeras y frutales por todos lados. Quizá porque África era muy grande, cuando presentaba un aspecto lo hacia en enormes cantidades y los paisajes se hacían monótonos a lo largo de muchos kilómetros. Vimos cebús, baobab y campesinos que picoteaban el suelo con unas azadas de mango curvo, la típica "daba" local. Allí la tierra de labranza no se hacia rara. La picoteaban en determinados puntos y luego la sembraban. Tímidamente empezaban a aparecer unas cabañas dogon elevadas sobre calzos de piedras. Estaban hechas de barro gris y piedras; ¡por primera vez veíamos la utilización de la piedra en la construcción desde que habíamos cruzado el Sahara!. Después del pueblo de Bandiagara, que era bastante grande para ser un pueblo, salimos de la carretera asfaltada y nos metimos en una pista poco apta para el tráfico por las roturas de las lluvias que trascurría durante unos cincuenta kilómetros en paralelo al río Bandiagara, que ahora bajaba bastante crecido y marrón. Nadie se ocupaba de arreglarla porque el trafico era escaso. Los pequeños arroyos que atravesábamos se salvaban con badenes, pero no os penséis que era suaves arreglos; ¡esos badenes eran feroces, inmisericordes, y el automóvil que pretendía atravesarlos se precipitaba por uno de sus cajeros y, si no sucumbía al golpe en el fondo, tenia que trepar penosamente por el opuesto. había unos pájaros azules turquesa; ¡yo nunca había visto en el reino animal nada con semejante color!. En un momento dado, a mitad de camino, hicimos un alto a orillas del río Bandiagara tras salvarlo por una represa de poca altura. Aquí el olor a hiervas aromáticas era purísimo. En esas estábamos cuando nos adelantaron un par de coches de turistas, pero los ignoramos; al contrario de las relaciones entre el Blanco y el Negro o entre el Negro y el Negro, las relaciones entre Blancos en África partían de una ignorancia mutua un poco estúpida. Era algo distinto de la indiferencia en las grandes ciudades. Yo diría que era una ignorancia “militante”, un inútil vestigio de antiguas jactancias coloniales. Seguimos nuestro camino. Abundaban cada vez más los baobab. Cuando pasamos por uno de los cada vez mas numerosos poblados dogon vimos a tres mujeres jóvenes sentadas tejiendo. También había mujeres que llevaban sobre la cabeza recipientes de calabaza amarilla repletos de ropa para lavar. Y hombres y mujeres que se doblaban con sus azadas de mango curvo sobre los campos de cultivo, y saludaban con la mano cuando pasábamos. La vegetación se iba haciendo más rala hasta que apareció el terreno desnudo, gris y sedimentario. Era de una portentosa uniformidad. Con la excepción de algunas grietas, las que confirmaban la regla, el terreno era una costra continua de material arcilloso que sedimentaba a ojos vistas en una incesante alternancia de humedades y sequías según debiera ser “época seca” o “de lluvias”, con sus retracciones y grietas o las nuevas humedades que rellenaban aquellas. Todo ello favorecido por una horizontalidad absoluta y una calidad de arcilla de enorme tenacidad. ¡Parecía que todo el territorio que habíamos atravesado en África Negra fuera una costra de arcilla, como una gigantesca piel de elefante...!. El terreno debía ser siempre el mismo aunque lo que se veía fuera jugoso y húmedo una veces y arenoso o rocoso otras… Fuimos adentrándonos en el territorio de los dogon hasta que desembocamos en una elevación al mismo tiempo que el sol se ponía. Rodamos un poco mas hasta encontrar el punto álgido de aquella meseta, donde mas pudiera circular el viento y hubiera menos mosquitos, y nos detuvimos a acampar. Estábamos "a un tiro de piedra" de Shanga, a donde deberíamos ir al día siguiente, y podríamos acercarnos hasta su htl 1* “La Guina”, un sitio mas o menos decente, si se ponía a llover sorpresivamente por la noche. Pero no parecía que la lluvia nos amenazase, así que nos hicimos algo caliente para cenar y nos echamos a dormir. Mañana teníamos que visitar a pié la falla de Bandiagara. ![]() Sábado 16 de agosto, 2008. falla de Bandiagara. Habíamos acampado "a un tiro de piedra" de la falla de Bandiagara, a unos cuatro o cinco kilómetros del poblado indígena de Shanga que la dominaba desde todo lo alto: Desde que habíamos llegado al Sahel hace unos días siempre habíamos estado tomando ese tipo de precaución; como podía caernos El Diluvio Universal en cualquier momento solo acampábamos en sitios cerca de algún "campement", algún hotel o algún refugio en el que protegernos. Pero esa noche la habíamos vuelto a salvar secos aunque se habían visto relámpagos por el horizonte, hacia el nor-oeste. Nos levantamos al amanecer, recogimos las cosas y nos presentamos en el "htl-campement""La Guina" de Shanga para volver a desayunar otra vez: Este tipo de "campements" o “casas de paso” se hacían en todos los poblados de África Negra; siempre había un lugar destinado por la comunidad para que pasara la noche un viajero de paso. Se lo solían dar a alguna mujer mayor del pueblo, alguna viuda que quisiera ocuparse de ello. En algunos poblados solo eran desastradas chozas de barro abandonadas, pero en otros se habían ido transformando en acogedores albergues, poco a poco. Como aquí. Este estaba bastante bien, y casi parecía un hotel. Tenia unas veinte habitaciones distribuidas en varios edificios de diferentes categorías, los mas modernos dotados de todo tipo de comodidades... ¡africanas, claro!. Mikel, Maite y yo nos cogimos "una triple" que tenia ducha interior; muy bien para mi, que estaba cansado y sucio. Primero fue el desayuno en la terraza y luego planear la visita a la falla: Esta era el limite sur de una enorme placa de arenisca seguramente prensada por prehistóricos movimientos tectónicos, un alargado escarpado rocoso, un "escalón" de unos cien metros de altura y unos ciento veinte kilómetros de largo en medio de una inmensidad horizontal. Al norte estaba la meseta rocosa, al sur se veía la llanura de dunas de arena desde arriba. Allí se habían refugiado los dogon en el siglo XII, cuando comenzó la islamización de estos territorios por parte de musulmanes llegados desde el norte del Sahara. Los dogon no quisieron abdicar de su religión animista, de sus Dioses misteriosos y sus conocimientos de la naturaleza que les mantenía, así que se fueron obligados a abandonar las ricas riberas del río Níger para venir a protegerse en estos lugares de difícil acceso. Tampoco llegó aquí la ocupación marroquí del siglo XVII, que se limitó a extenderse por el valle del Níger sin aventurarse tan lejos, estábamos a unos cien kilómetros del río. Y tampoco, por fin, llegó aquí la Administración francesa de los "Territorios de Ultramar" en la primera parte del siglo XX. Solamente algún etnólogo francés acertó a pasar por aquí en los años 70 para estudiar o aprender de su cultura centenaria. En los años 80 el Gobierno de Malí lo había declarado "Reserva Natural Protegida". Y allí estábamos nosotros, ahora. Teníamos dos opciones para verlo; en los coches o andando: Ir en los coches suponía abarcar mas extensión, e ir andando suponía verlo con mas tranquilidad y detenimiento, mas intensivamente. Como aquel "detalle africano" merecía la pena yo propuse al personal aparcar los coches por una vez e ir a reunirnos con los Negros a pié. Y todo el mundo aceptó. La marcha a pié se alargó todo el día, prácticamente; salimos a media mañana cargados de agua mineral y algunos bocadillos acompañados de Abdoullaye, el guia local dogon obligatorio según las normas suyas, y volvimos contentos pero cansados a ultima hora de la tarde. La cosa empezó bien pero acabó mal porque terminaron por agobiarnos tanto chico dogon saludandonos, pidiendonos "cadeaux", vendiendonos collares, tirachinas, mascaras, estatuillas y otras chuminadas para turistas... Cuando regresamos nos duchamos, cenamos muy unas berenjenas rebozadas con harina de mijo, unos huevos fritos con patatas fritas y una carne de cordero, y mango como postre, y nos fuimos a la terraza a tomarnos unos "cubatas" bajo la luz de la luna. Estábamos allí relajadamente cuando empezamos a oír los cantos de unas niñas. Los compañeros me propusieron ir a ver que eran, pero yo me pasé de listo y les dije que disfrutásemos escuchándolos sin acercarnos, porque si lo hacíamos dejarían de tocar y se esconderían; la verdad es que eso me pasaba mucho allí, cada vez… los chicos y las chicas de los poblados africanos disfrutan así de sus noches de viernes, el "domingo" suyo, tocando los tambores y los xilófonos, bailando entre ellos y ligando. ¡Pero entonces Jose Luis dijo, de pronto y dando un respingo: "Coño, ¿eso no es un eclipse?. ¿No se está escondiendo la luna?. ¡¡Mirad, mirad...!!". Dimos un salto y lo miramos, todos. ¡Era verdad!. ¡había un eclipse de luna!. ¡Y la gente del pueblo estaba en la plaza, abajo, junto a la mezquita tocando tambores!. Imaginaros como salimos corriendo para allá, como posesos. Pareciera que nos estaban llamando a nosotros... Nos reunimos en la plaza de abajo con medio centenar de personas, muchas chicas y chicos jóvenes. Allí estaban todos gritando y cantando a la luna para que no se escondiese. Era un ritmo sencillo, monocorde y sonoro que se convertía en una sinfonía a base de repetirla machaconamente, todos a la vez. Parecía un "in cresccendo" wagneriano, un "hip hop" mezclado con un "tecno" y música étnica a la vez. Los ecos de la falla se la llevaba y la volvía a traer dándole a la noche un volumen inesperado. El horizonte hacia resplandecer los habituales relámpago muy luminosos al mismo tiempo, pero silenciosos por producirse muy lejos, hacia el oeste. Y todos aquellos Negros misteriosos se olvidaban de nosotros mirando la luna absortos, sin hacernos caso. Y nosotros aprovechamos esos momentos mágicos para pegar la hebra con aquel Universo diferente al nuestro, aquellas gentes que tanto nos había costado alcanzar. ¡¡Juro que fue algo extraordinario!!. En mi vida he sentido semejante sensación. Parecía que habíamos cambiado de dimensión entrando por una puerta entre las estrellas, entre aquella luna eclipsada y Plutón, al otro cado del cosmos. De lo que estoy seguro es que fue el corolario magnifico de fin de viaje para una aventura irrepetible. ¡Pero que yo quisiera repetir mil veces mientras la vida me lo permita!. De allí empezamos a regresar a casa al día siguiente. Fue una semana de kilómetros y mas kilómetros en sentido contrario y a toda velocidad, rumbo norte; ¡una paliza, la verdad!. Pero había que volver a casa, al trabajo, a la dura realidad de Madrid. "Au revoire l'Afrique, mon amour, a la prochaime..." FIN DE LA CARAVANA AL VALLE DEL RIO NIGER. AGOSTO DE 2008. |
|
"PELICULA" DE IMAGENES DE LAS ETAPAS MAS ARRIBA RELATADAS:
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|